PROLOGO DE "VIVE"
ASI COMIENZA "VIVE", UN NUEVO THRLLER PROTAGONIZADO POR EL PERIODISTA MARTÍN ALUSTIZA. EL CAMBIO CLIMÁTICO DARA LUGAR A UNA HISTORIA CUYO FINAL TE SORPRENDERÁ.
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Golfo de Bizkaia
El motor ronroneaba a medida que la embarcación se desplazaba por la superficie en calma. Las últimas luces del día iluminaban la cubierta del carguero, desde cuya cabina el patrón vigilaba despreocupadamente, oteando el horizonte de un modo rutinario, sin esperar ningún tipo de sobresalto. Así era la navegación moderna, aburrida y monótona. A la derecha de su posición, por el lugar en que se ponía el sol, nubes negras como el carbón oscurecían los cielos, tratando de poner un final anticipado al complicado día. Cruzar el Canal de la Mancha nunca era sencillo pero, menos aún, con un temporal como el que acababan de dejar atrás. Afortunadamente, el avance espectacular que se había producido en las últimas décadas en lo concerniente a las predicciones meteorológicas permitía anticipar la práctica totalidad de tormentas, valorando el mantenimiento del rumbo o estableciendo alternativas en función de la información recibida. En este caso los datos indicaban un temporal de fuerza once según la escala de Beaufort, por lo que lo más recomendable era desviar el rumbo para esquivarlo en la medida de lo posible. El "Madari" había virado a babor, tomando dirección este y aproximándose todo lo que la profundidad de las aguas permitía a la costa francesa. A pesar de alejarse de la tormenta, las aguas se agitaron durante las dos últimas jornadas. Pero no fue nada del otro mundo, más bien un vaivén más fuerte de lo normal, acompañado de una incesante lluvia que, en ocasiones, caía con tanta fuerza que no le permitía a uno ver más allá de sus propias narices.
-Si esto es así... ¿Qué sería estar en mitad de la tempestad?- se preguntó De Andrés, uno de los tripulantes más noveles, mientras intentaba aguantar lo mejor posible, a pesar de lo cual la palidez de su rostro evidenciaba su mareo y el mal rato que estaba pasando.
A su lado, Juan Rubio, un marino veterano que llevaba más de medio siglo navegando y, durante su amplia andadura, había surcado las aguas de todos los océanos, lo observó en silencio. Podía haber aprovechado para contarle alguna de sus experiencias, como cuando, en mitad del Atlántico, en las proximidades del archipiélago de Svalbard, el barco en el que viajaba chocó contra alguna mierda que flotaba a la deriva -los mares cada vez se encontraban más contaminados, llenos de todo tipo de objetos de lo más peligrosos- y se abrió una descomunal vía de agua. Pensó que se irían a pique pero, afortunadamente, la experiencia del capitán les permitió mantenerse a flote lo suficiente como para alcanzar las aguas menos profundas, bajo un acantilado, y encallar en el fondo del mismo. La marea, aún a medio bajar, les proporcionó el respiro que necesitaban para que un remolcador acudiera en su rescate y lograra transportarlos sanos y salvos al puerto principal de la isla, concretamente a Longyearbyen, donde permanecieron durante casi un mes hasta que lograron poner a punto nuevamente la embarcación. Allí conoció a aquella rubia que recordaría toda su vida. En algunas ocasiones, cuando se excedía con el ron, cosa que cada vez pasaba más a menudo, pensó en regresar para ver si, efectivamente, su amor había sido sincero. Pero cuando se le pasaba la borrachera su visión de todo cambiaba y tenía bien claro que la mujer cambiaba de marino en marino, igual que estos viajaban de puerto en puerto.
-No- se dijo. ¿Para qué aburrirle con estas aventuras que a nadie le interesaban? Permaneció en silencio junto al joven, disfrutando con la calma que lentamente se imponía a la borrasca que ya era cosa del pasado.
-¿Un cigarro, Juan?- preguntó De Andrés, devolviéndolo de golpe a la realidad.
Aceptó el ofrecimiento.
Ahora, cuando los nubarrones quedaban atrás y el cielo se mostraba raso y despejado ante ellos, la tensión vivida, de la cual De Andrés no era ni tan siquiera consciente, fue dando paso a una calma total. A medida que la adrenalina se reducía en el torrente sanguíneo, el joven marino comenzó a sentir el cansancio acumulado tras tantas horas en activo, incapaz de dormir por temor a que las condiciones empeoraran y afectaran al carguero.
Tendió la llama para que Juan encendiese su cigarro. Después prendió el suyo y allí, en la cubierta, alzó su mirada y comprobó cómo, en lo alto, las primeras estrellas comenzaban a hacerse visibles. Parecía mentira que los antiguos marinos fueran capaces de desplazarse por todo el globo guiándose únicamente por aquellas luces que estrellas lejanas habían emitido, hacía quien sabe cuántos miles y miles de años atrás y que, ahora, llegan hasta nosotros.
-Es increíble que pudieran saber en qué lugar estaban solamente por eso- señaló a lo alto.
El veterano sonrió. Él había vivido en primera persona gran parte de los cambios que se habían ido produciendo en la navegación.
-Es que a vosotros ya no os enseñan nada, más allá de manejar un ordenador, esta u otra pantalla...- respondió con desdén, realizando un gesto despectivo con su mano.
-Las cosas evolucionan, Juan. Y la navegación también- replicó el joven.
Era una discusión que habían mantenido en más de una ocasión. Las posturas de cada uno eran firmes y jamás llegarían a entenderse.
-Me parece lógico y normal- reconoció el viejo marino. -Pero incluso Einstein, para formular su teoría de la relatividad, empezaría comprendiendo que uno más uno son dos. Quiero decir, lo básico debe mantenerse y enseñarse siempre. Y en lo relativo a la navegación, por desgracia, eso no es así.
-Que sí- intentó empatizar De Andrés. -Pero no me negarás que...
Un zumbido comenzó a escucharse de fondo, pero fue incrementando su intensidad progresivamente, de tal modo que instantes después apenas si podían escucharse pese a estar a menos de dos metros de distancia.
-¿Qué cojones es...?- comenzó a preguntar Juan Rubio, que jamás había escuchado nada parecido.
El carguero, aunque navegaba por aguas completamente calmas, comenzó a sacudirse. Al principio solo fue un movimiento imperceptible pero, a medida que el zumbido aumentaba, se zarandeó cada vez de modo más violento.
De Andrés se agarró a la baranda pero Juan soltó su mano para dar una nueva calada al cigarro que aún permanecía atrapado entre sus dedos índice y corazón. Justo cuando se llevaba el mismo a la boca una sacudida descomunal lo lanzó por la borda como si de un muñeco de trapo se tratara.
-NOOOOOO- gritó con todas sus fuerzas, hasta que se golpeó con la superficie de un agua hasta entonces en calma y ahora completamente agitada, con tanta violencia que perdió la conciencia y, muy posiblemente, la vida por el impacto.
Instantes después la proa del carguero descendía varios metros y se hundía de golpe, alzándose la popa y arrojando por los aires a los marinos que, como De Andrés, estaban en cubierta. El resto se hundieron junto al buque, descendiendo de golpe, al instante, hasta las profundidades del mar Cantábrico sin tan siquiera tener tiempo de emitir un SOS o de accionar la baliza de socorro.
El "Madari" había dejado de
existir.